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Matame

mejor que un sueño...

mejor que un sueño...

Por la noche, en su habitación, Marilyn se ha desnudado y juega con el gran cuadrado de seda blanca, de pie frente a los cristales de la ventana que da a la ciudad de las Religiones Olvidadas. De los balcones de las torres Moisés, Jesús, Zeus, Osiris... cae gente, como una llovizna de otoño.

Pero la chica hace flotar a su alrededor el fular. En contacto con sus hombros, la seda provoca estremecimientos que le hacen arquear la espalda. Marilyn deja que la tela inmaculada se deslice por sus nalgas, la recoge por delante, entre las piernas, y la lanza hacia arriba. El cuadrado blanco se despliega como el gracioso movimiento de una estrella danzarina. Cae lentamente a modo de paracaídas sobre la cabeza echada hacia atrás de la hija de los comerciantes de la Tienda de los Suicidas. Con los ojos cerrados, la joven sopla y la seda vuelve a flotar. Marilyn coge una punta y la hace girar alrededor de su vientre, de sus caderas, igual que un brazo la cogería por la cintura. Aaah..., el ronroneo del fular subiendo de nuevo entre sus muslos y agarrándose al vello. Aaah... Marilyn, habitualmente encorvada y con los hombros echados hacia delante, se yergue. Se arquea más cuando el regalo de Alan, siguiendo un impulso, se eleva por su torso y roza sus pechos, de los que se avergonzaba (equivocadamente). Sus pezones se yerguen, se endurecen. En el reflejo de los cristales de su habitación, sus pechos, grandes, tienen un aspecto magnifico, y sus dedos están cruzados detrás de la nuca. A Marilyn le sorprende descubrirse así mientras el fular vuelve a caer. Lo recoge a la altura de sus encantadoras pantorrillas, se inclina. Su culo es espléndido, redondo bajo una cintura apenas un poco ancha. Y la seda viaja de nuevo, revela a la chica acomplejada la armonía insospechada de su cuerpo. ¡Es la más guapa de todo el barrio! Ni una sola chica de la ciudad de las Religiones Olvidadas le llega a la suela del zapato. El regalo de su hermano pequeño es mejor que un sueño... Y el fular prosigue su danza hipnótica y sensual a ras de la piel vibrante. Los párpados se entornan con un aire de éxtasis inédito para Marilyn. Pero ¿qué más descubre? ¿Se convierte en Monroe? Entreabre los labios, entre los que se extiende un fino hilo de saliva... mortal.“

 

Afortunadamente para el Sr. Goetzi, la saliva de Sumire no resulta mortal. O tal vez sí. Dímelo tú.

 

Por cierto, pajarito, ya vuelvo a estar comunicada, pero como no tengo tu número…

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